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Parque de la Alameda

Parque de la Alameda
¡ El Parque de la Alameda se viste de otoño! Vale la pena visitar Santiago

Los fuegos del Apóstol

Cada año, durante la Fiesta Grande de Santiago, el 25 de julio, la ciudad se viste con sus mejores galas y ofrece al mundo una imagen de alegría y devoción, de júbilo y recogimiento. 

Son muchos los eventos que se programan durante estas fechas, pero uno de los más grandiosos, por no decir el que más, es el espectáculo de luz y sonido que se proyecta sobre la fachada de la Catedral, y que reúne a miles y miles de personas, todos sobrecogidos por la majestuosidad del mismo y empequeñecidos por las dimensiones de la proyección. 

Quienes no hemos podido estar en Santiago en estas fechas, ahora tenemos la posibilidad de disfrutar de este maravilloso trabajo, digno de admirar, aunque sea desde la pantalla de nuestro ordenador. 

Os vamos a dejar los vídeos de los años 2011 y 2012, aunque es muy posible que en youtube podáis encontrar los de años anteriores.   

Es muy conveniente verlo a pantalla completa, para no perder detalle. ¡ Que lo gocéis de la misma manera que lo hemos hecho nosotros!

Preparando el evento





Año 2011







Año 2012



De ilustre monasterio a Museo del Pueblo Gallego


Amenaza de lluvia en el Parque Bonaval
El ajetreo que mantuvimos ayer a la hora del mediodía, nos impidió satisfacer nuestro gusto por la cocina gallega como hubiésemos querido, pues lo primordial era conseguir la Compostela, guardar las bicicletas y que los peregrinos se dieran una buena ducha antes de comer, de manera que optamos por comer en un tiempo record y retirarnos a descansar un ratito, pero hoy ya es otra cosa.

La Rua do Franco, conocida coloquialmente como “ruta París – Dakar”, dado que en uno de sus extremos se encuentra ubicada la cafetería Dakar y en el otro la cafetería París, es una de las calles santiaguesas que más bares y restaurantes alberga, y hacia uno de ellos nos encaminamos tras asistir a la Misa del Peregrino.
Cafetería Dakar, en un extremo de la Rua do Franco

Cafetería París, al otro extremo de la misma calle
Hoy nos espera una buena mariscada, de esas que sólo se ven en el norte de España, y para el que no guste de marisco, un suculento solomillo de ternera, que también sabe exquisito por estas tierras. 

Nuestra andadura como romeros la hemos dado por finalizada concurriendo a los oficios religiosos donde, como es costumbre, han nombrado a todos aquellos peregrinos que en el día de ayer llegaron a Santiago y recogieron su Compostela, y Javier y Daniel, satisfechos tras haberse oído mencionar, derivan su atención hacia actividades más prosaicas. 

Una vez nos demos el opíparo festín, queremos visitar el Monasterio de San Domingos de Bonaval, a la sazón Museo del Pobo Gallego, pues aunque no será la primera vez que recorramos sus estancias, volver a ver su espectacular escalera helicoidal siempre es un placer para los sentidos. 

Después de unos entrantes que nos abren aún más el apetito, llega la hora de las navajas, los percebes, las gambas, las centollas, las cigalas, todo ello regado generosamente con un buen albariño de la tierra. Pocos son los que se pueden resistir a estas piezas que tan caras vende la mar y tan bien le saben al paladar.

Esta imagen habla por sí sola

Y de postre, y como no podía ser menos, un cafetito y una buena ración de Tarta de Santiago, que después de los kilómetros recorridos en bicicleta poco se va a notar en nuestros cuerpos. 

Tras una breve sobremesa, tomamos nuestras cámaras y nos desplazamos hasta la rúa de San Pedro, entrada a Santiago para los peregrinos que hacen el Camino Francés y recorrido obligado para llegar hasta el monasterio que vamos a visitar.

Es este edificio, entre todos los que alberga Santiago, un ejemplo vivo del galleguismo de la ciudad. No en vano, la iglesia alberga el Panteón de Gallegos Ilustres y el Monasterio, que de otra manera hubiera sufrido su reconversión en cuarteles militares tras la desamortización de Mendizabal, es ahora un digno museo etnológico a través del que se puede conocer la vida, usos y costumbres del pueblo gallego.

Monasterio e Iglesia de San Domingos de Bonaval
Existen legajos que ya citan este monasterio allá por 1.228 y apuntan a Santo Domingo de Guzmán como posible fundador del recinto conventual, ya que viajó como peregrino alrededor de 1.219. Estos mismos documentos sitúan al edificio bajo la advocación de Santa María, cambiando posteriormente de nombre y patronazgo, ostentando el de San Domingos de Bonaval hasta nuestros días. 

Fue el arzobispo Antonio de Monroy, gran impulsor del florecimiento  de la ciudad, quien decidió en 1.699 reformar la estética del convento, encargándole el proyecto a Domingo de Andrade, magnífico arquitecto gallego que ya tenía en su haber obras tan importantes como la edificación de la Torre del Reloj de la Catedral o el Pórtico Real de la Quintana, por citar alguna de ellas. 

Dentro del convento, quizás lo que más admiración despierta en el visitante es la estructura de la triple escalera helicoidal que el artista situó en el margen noroeste del edificio. 

Es esta escalera un ingenio de la arquitectura barroca, donde se mezclan a partes iguales técnica y audacia, consiguiendo que tres escaleras independientes partan del mismo hueco y mediante distintas rampas alcancen los diferentes pisos del monasterio. Los peldaños de la escalera están hechos de una pieza entera, engastada en un nervio exterior sin necesidad de encajar en el muro ni unirse unos a otros.

Diversas perspectivas de la escalera




La misma maestría demostró Andrade en el resto del claustro y en la magnífica fachada, que está presidida por el escudo de los patrones del convento, los condes de Altamira, pudiéndose detectar en ella referencias al tratado de fray Lorenzo de San Nicolás, “Arte y uso de la Arquitectura”.



La Misa del Peregrino ....y la ofrenda del incienso




Pernoctar en Santiago, sobre todo a comienzos de septiembre y en la zona aledaña a  la Catedral, puede constituir un ejercicio de buena voluntad si, como algunos de nosotros, eres ligero de sueño.

Compostela lleva unos días sufriendo un calor impropio de esta época, y la situación nos obliga a mantener las ventanas de nuestros aposentos abiertas, buscando disfrutar de las breves ráfagas de brisa que muy de tarde en tarde refrescan el ambiente de la habitación, y que se cuelan acompañando el sonido de las campanas de la Catedral, que van desgranando una tras otra las horas nocturnas de la ciudad. 


Pero con estos sonidos, a los que te acostumbras con mucha facilidad, nos invaden otros que no resultan tan placenteros si lo que necesitas es descansar después de haber terminado hoy el largo camino que comenzamos en Astorga.

Empieza la universidad en Santiago, y los estudiantes han llegado este fin de semana para emprender sus clases en breve, pero antes de comenzar el trabajo duro, hay que divertirse y como dirían los escritores clásicos, a fe mía que lo hacen a conciencia.

Lo suyo es ir y venir calle arriba, calle abajo, sin un destino definido y mientras tanto cantar, reír y gritar sin reparar en que no están solos en la ciudad. Esta situación nos conduce a un dilema sin solución, pues no sabemos si cerrar las ventanas y no dormir debido al tremendo calor o mantenerlas abiertas y no dormir debido al tremendo jaleo nocturno.

Alternando una decisión con la otra, pasamos la noche, esperando que el repique de las campanas nos anuncie que ya es tiempo de ponerse en pie y prepararse para acercarnos hasta la Catedral a escuchar la Misa del Peregrino, que se celebra invariablemente a la hora del Ángelus. 

Como hemos amanecido temprano, tenemos tiempo de disfrutar de un paseo matutino por las calles más emblemáticas de la ciudad, por lo que nos acercamos hasta los muros del Monasterio de San Martín de Pinario, en cuyo interior se encuentra el rehabilitado coro de madera proveniente de la Catedral y la fachada de la Iglesia y Monasterio de San Domingos de Bonaval, actualmente desacralizados y convertidos en lugar de conciertos y Museo del Pobo Gallego respectivamente.

Fachada Monasterio de San Martín de Pinario


Fachada Monasterio e Iglesia de San Domingos de Bonaval

Después de tomar sólo algunas instantáneas de las portadas, ya que volveremos más tarde para conocer los interiores, decidimos regresar hasta la Catedral para, con el suficiente tiempo, ir tomando asiento cerca del altar y no perdernos nada del oficio religioso que tendrá lugar en breve.

Aunque algunos de nosotros hemos tenido la oportunidad de ver la mecánica del Botafumeiro en acción, no esperamos que hoy sea uno de esos días, pues no se corresponde con ninguna de las fiestas religiosas designadas por el Arzobispado, pero la suerte está de nuestro lado, y justo antes del comienzo de la celebración eucarística nos comunican que, por gentileza de unos peregrinos japoneses, el incensario se pondrá en funcionamiento una vez finalizada la misa.

Botafumeiro de la Catedral de Santiago de Compostela

Diremos, para quien esté interesado, que las fechas señaladas para impulsar el Botafumeriro son :
El 6 de enero
El Domingo de Resurrección
El día de la Ascensión del Señor
Pentecostés (50 días después de Pascua)
El 23 de mayo (Aniversario de la Batalla de Clavijo)
El 25 de julio (Festividad de Santiago Apóstol)
El 15 de agosto (Día de la Asunción de la Virgen)
El 1 de noviembre (Festividad de Todos los Santos)
Festividad de Cristo Rey (Domingo anterior al primer domingo de Adviento)
El 8 de diciembre (Festividad de la Inmaculada Concepción)
El 25 de diciembre (Navidad)
El 30 de diciembre (Translación del Santo Apóstol)

Una vez finalizado el servicio y como nos habían indicado al inicio del mismo, los órganos barrocos desgranan las primeras notas del Himno del Apóstol, los tiraboleiros toman posiciones y este  prodigio de la física comienza su fascinante recorrido pendular frente al altar mayor, para alzarse hasta casi acariciar la bóveda del transepto y sobrecoger a todos aquellos que, emocionados, tenemos la suerte de disfrutar de esta ceremonia.

Es este “esparcidor de humo”, traducción literal del gallego, uno de los distintivos más populares de la Catedral de Santiago. De unos 62 kilos de peso cuando está vacío, y 160 centímetros de altura, necesita el concurso de ocho especialistas que lo trasladan  a pulso desde la Biblioteca, cargado de incienso y carbón, con lo que puede llegar a alcanzar un peso de unos 100 kilos.

Una vez convenientemente asegurado a la maroma que pende frente al altar mayor por medio de tres gruesos nudos, lo bombean tirando con fuerza y precisión cuando se encuentra en el punto más bajo de su trayectoria. Estos “tiraboleiros” están comandados por el “tiraboleiro mayor”, que es el que además de marcar el ritmo del impulso, marca también la parada del mismo.

El Botafumeiro alcanzará en sólo minuto y medio una velocidad de 68 kilómetros por hora, llegando a formar un ángulo de 82 grados sobre la vertical y describiendo un arco de 65 metros de amplitud a lo largo del transepto. Serán un total de 17 ciclos de vaivén los que dejarán al espectador con un recuerdo imborrable en sus pupilas y un precioso documento gráfico en sus cámaras de vídeo y fotografía.

La energía que genera este movimiento no está exenta de peligro, pues en alguna ocasión se ha llegado al extremo de haberse desprendido la cuerda, como el día del Apóstol de 1499, cuando en presencia de Catalina de Aragón, a la sazón de visita en Santiago, el Botafumeiro salió volando por la Puerta de Platerias, o como sucedió el 23 de mayo de 1622, cuando la cuerda se rompió y el Botafumerio cayó contra el suelo, o ya en el siglo XX, cuando le rompió algún hueso a alguien que se acercó demasiado a admirar los entresijos del mecanismo. En ninguna de las ocasiones hubo que lamentar víctimas mortales por el desprendimiento, pero en la actualidad se mantiene despejado el crucero de la Catedral durante el vuelo del incensario para evitar cualquier tipo de accidente fortuito.

Actualmente coexisten dos incensarios, que se guardan en la Biblioteca Capitular. El más antiguo, realizado en latón bañado en plata, data de 1851 y debe su diseño al maestro orfebre José Losada. Este pebetero  es el que puede admirarse únicamente en las fiestas solemnes, de las que hemos dado relación en esta misma entrada.  Para el resto de los días se utiliza y está expuesta una réplica algo menor que el original, realizada en alpaca, conocida coloquialmente como “La Alcachofa” y que fue donada a la Catedral por los Alféreces Provisionales en 1971.

No obstante, ninguno de ellos se corresponde con el Botafumeiro original, pues era éste una pieza fundida y trabajada totalmente en plata gracias a una ofrenda del rey Luis XI de Francia en 1400. Fueron los mismos franceses, quienes en 1809, durante la Guerra de la Independencia, lo sustrajeron de las dependencias de la Catedral, obligando al Cabildo a encargar un nuevo incensario que es el que ha llegado hasta nuestros días.

El origen del botafumeiro en la Catedral de Santiago se remonta cuando menos al siglo XII, pues ya aparece mencionado en el Códice Calixtino como Turibulum Magnum y como todos los incensarios utilizados en las iglesias, tiene una raíz litúrgica. Pero además, en esta Seo cumplía un destacado objetivo aséptico, pues eran muchos los peregrinos que no llegaban a Compostela en las mejores condiciones higiénicas, y el hecho de pernoctar dentro de la Catedral traía como consecuencia que el uso de este gran aromatizador fuera sumamente necesario para poder compensar los malos efluvios que se dispersaban a través de las naves del templo. 

Inicialmente estaba directamente colgado de unas vigas de madera cruzadas en el cimborrio, siendo obra del maestro Celma, durante el Renacimiento, el diseño del mecanismo actual, basado en el movimiento por poleas y la ley del péndulo, dispositivo éste que se ha mantenido hasta nuestros días sin ningún tipo de variación. 
Tradicionalmente, el Botafumeiro se botaba todos los domingos en la misa de mediodía y durante el Año Santo Compostelano, que tiene lugar cada vez que el día 25 de julio cae en domingo, todos los días del año en la Misa del Peregrino. 

La restauración de la pieza y el cambio de la soga evidenciaron la suciedad acumulada en el mismo y el desgaste de la cuerda causado por el uso, por lo que el Cabildo de la Catedral decidió restringir el número de vuelos del Botafumeiro. En la actualidad puede verse únicamente en doce fechas al año, entre las que se incluye, evidentemente, el día de Santiago. Cuando es Año Santo Compostelano, puede verse todos los domingos en la misa de mediodía. A mayores, y entendiendo el Cabildo que el vuelo del Botafumeiro entraña unos gastos de mantenimiento, y para concienciar a la sociedad de ello y de que se trata de una ofrenda y no de un espectáculo, el Botafumeiro puede verse en funcionamiento en cualquier misa, ya sea ordinaria o solicitada a petición de fieles o de peregrinos, previo pago de 300 euros.


Una vez finalizada la ofrenda, y con la bendición del Apóstol, salimos al sol de mediodía, comprobando que los viandantes ya han tomado posiciones en las terrazas de los bares cercanos, temiéndose quizás que seamos muchos a la hora de buscar lugar para comer, por lo que nosotros tomamos su ejemplo y vamos a buscar un lugar donde relajarnos y disfrutar de una buena cerveza bien fresquita. 
¡Esta tarde y con el cuerpo convenientemente dispuesto,  continuaremos nuestra visita turística por los monumentos de esta maravillosa ciudad!



Cuando la noche cae en Santiago... se levanta la figura del Peregrino Fantasma



Aún nos queda mucho por ver y fotografiar dentro y fuera de la Catedral, pero ya es tarde y las puertas están a punto de cerrarse para turistas y peregrinos. 

Mañana volveremos para asistir a la Misa que diariamente se celebra a las doce de la mañana y en la que se menciona expresamente a todos los romeros que han llegado hasta Santiago el día anterior, pero ahora es el momento de salir a la calle y sentarse en alguna de las tantas terrazas que jalonan las calles de la ciudad, buscando tomar un refresco que nos haga más gratas las horas del ocaso.

Praza de Quintana, vista desde las cubiertas de la Catedral

Nosotros hemos elegido en esta ocasión la Praza de la Quintana, pues queremos ser testigos de un hecho del que hemos oído hablar y que se viene sucediendo desde tiempo inmemorial en dicha plaza, justo en la pared de la Catedral, en la zona más próxima a la fachada de las Platerías. 

Poco a poco, según van cayendo las sombras en la ciudad, comienza a destacarse en el muro la silueta de un hombre, ataviado con capa y sombrero, y apoyado en un largo bastón. Su aparición es lenta, pausada, como si le costase trabajo volver cada día al mismo lugar, pero al cabo de un tiempo, su perfil está completamente definido y la inconfundible sombra de un peregrino ataviado a la antigua usanza se recorta contra la pared de la inmensa Catedral. 

Aunque el sentido común nos advierte sobre el origen real de esta figura, los humanos gustamos de usar nuestra imaginación para dar explicación a los hechos más prosaicos de la vida, y así, una simple sombra sobre el muro se convierte en una ilusión que ha ido transmitiéndose de generación en generación entre los habitantes de Santiago.

La sombra de un peregrino va tomando forma sobre el muro de la Catedral
Como les sucede a casi todos los mitos y leyendas, ésta también tiene varias versiones, aderezadas al gusto del narrador, pero todas ellas tienen un elemento común en el relato, y es el tinte de fatalidad y desventura que aflige a la sombra de este peregrino. 

Hay quien afirma que la silueta pertenece a un sacerdote enamorado de una religiosa del convento de San Paio de Antealtares, cuyos poderosos muros delimitan la plaza por uno de sus lados. Si hacemos caso de la leyenda, esta nos cuenta que cada anochecer el clérigo se reunía con su amada, utilizando para ello un pasadizo ubicado bajo las escalinatas de la plaza y que unía el monasterio con las dependencias de la Catedral.

Tal era su amor por ella que en una de sus citas le propuso huir de Santiago para alcanzar algún lugar donde dar comienzo a una nueva vida, lejos de las miradas censoras de quienes les conocían. Ella accedió a su propuesta y convinieron en encontrarse en la Quintana al anochecer. 

El sacerdote, buscando pasar desapercibido, se atavió como si de un peregrino se tratase, pero en vano esperó a su enamorada, pues esta jamás asistió a la cita. Desde entonces, al caer la noche, acude a la plaza con la esperanza de que ella por fin aparezca algún día y rompa el hechizo que lo mantiene atrapado entre las piedras de la Quintana dos Mortos. ¡Triste fin para un enamorado!

Para otros cronistas de mitos, esta forma se identifica con el espíritu de un peregrino francés del siglo XV, Léonard du Revenant, que vino a Compostela desde de París a cumplir una condena por parricidio.

Cuenta la historia que, siendo un jovencito de no más de dieciocho años, le pudo la codicia, llevándole a envenenar a su anciano progenitor para heredar su fortuna en el condado parisino. Los tribunales probaron su culpabilidad y lo condenaron a galeras, aunque se salvó de tal destino gracias a la intercesión del duque de Borgoña, del que se rumoreaba era hijo natural.

Tras unos años de cárcel, y como paso obligado para acceder a los bienes del difunto, se le impuso la peregrinación a Compostela para redimir su pecado, y fue este motivo y no una devota fe, el que sobre 1493 le puso en camino hacia Santiago, haciendo que su peregrinaje fuera una tarea ardua y difícil de seguir.

Una vez cruzados los Pirineos, conoció a una joven posadera a la que pretendió hacer suya a la fuerza, lo que le llevó a una violenta pelea con el novio de la joven, al que dio muerte antes de raptar a la muchacha, a la que posteriormente forzó y asesinó.

Fue capaz de burlar a la justicia disfrazándose de monje mendicante y peregrino pobre, y de esta guisa llegó hasta la ciudad de Compostela, donde tenía la esperanza de conseguir el perdón divino y el de los hombres para así disfrutar plácidamente de los bienes de su difunto padre.
  
Alcanzó la villa poco antes de la puesta de sol y encontró todas las posadas repletas de peregrinos, de manera que sin un techo bajo el cual cobijarse acabó resguardado a los pies de los muros de la Catedral. Cayendo en un profundo sueño se le apareció el espíritu de su padre, quien le dijo:

“Con esta visita a Compostela purgas la pena de mi muerte puesto que yo te perdono, pero no la de los dos jóvenes navarros que asesinaste en el camino. Hasta que sus almas no peregrinen a Compostela, no podrás abrazar al santo”.

Montó en cólera Leonard y desenvainó su espada contra el espíritu de su víctima, pero fue el anciano, más rápido, quien acabó con la vida del joven.

Desde entonces, Léonard du Revenant monta guardia junto a la Puerta Real, esperando en vano el paso de sus víctimas para poder redimirse, y han sido muchos los visitantes y turistas de las madrugadas quienes se han visto sorprendidos por su sombra, al pie del farol, quieta e impasible, aguardando un hecho que jamás sucederá.

Aunque estos relatos nos refieren unas historias románticas y pasionales, también hay otras versiones sobre la figura misteriosa que recuerdan el uso que en un momento de la historia tuvo la citada plaza.



Es poco el espacio ocupado por la Quintana de Vivos

Si lo comparamos por el ocupado por la Quintana dos Mortos
Todo aquel que ha visitado Santiago conoce la Praza de Quintana y sabe de la historia de la misma, de sus impresionantes escalinatas compuestas por dieciocho escalones, de su espacio para los vivos, en la parte alta de las escaleras y de su lugar para los muertos, en la parte baja de las mismas. 

Y es este lugar de enterramientos el que da lugar a macabras historias sobre nuestro particular fantasma, pues hay quien mantiene que el espectro es la manifestación de alguna de las almas que reposan bajo el enlosado de esta plaza, utilizado como cementerio de no muy buena calidad, en el que los cuerpos se amontonaban como si de fosas comunes se tratara.

Por si no fuera suficiente con haber empleado el lugar como camposanto, la Inquisición también dio uso al lugar utilizándolo para resolver los actos de fe o juicios inquisidores, llevando a la hoguera a muchos desdichados, uno de los cuales dice la leyenda que podría ser la figura torturada que aparece noche tras noche a los pies de la plaza.

Sea como fuere, la realidad es que todo aquel que tenga paciencia y disponga de algo de tiempo para gastar, puede comprobar en primera persona cómo, según va cayendo la noche y las luces de la plaza cobran vida, la figura solitaria de un ser sin rostro va tomando forma hasta que su silueta acaba cobijada tras el pilar de piedra que se levanta junto a la Puerta Real de la Catedral de Santiago.



Es curioso lo que un juego de luces y sombras puede conseguir, ¿verdad?