Que a Santiago de Compostela se llega siguiendo diversas vías de acceso, es por todos reconocido. El “Camino del Norte”, el “Camino Aragonés”, el “Camino Primitivo”, la “Vía de la Plata”, el “Camino Portugués”, el “Camino Sanabrés”…. todos nos conducirán a la vera del Santo atravesando unas u otras localidades de la geografía española.
Pero sin duda, el que disfruta de más adeptos, el más popular y promocionado, es el “Camino Francés”, ya que su largo recorrido desde Roncesvalles permite que los peregrinos allende nuestras fronteras lo utilicen como vía de entrada a la península.
Esta vía de acceso ha seguido desde siempre un itinerario marcado por las demandas de los romeros, y han sido muchos los pueblos que se han levantado a la vera del camino para cubrir sus necesidades.
Pero en ocasiones han sido los propios peregrinos los que han utilizado para su particular provecho edificaciones construidas con anterioridad al auge de la ruta xacobea.
Tal es el caso del Monasterio de San Julián de Samos, enclavado a orillas del río Oribio y que según la tradición, habría sido fundado en el siglo VI por San Martín de Dumio.
Su nombre proviene del vocablo suevo “samanos”, que significa lugar donde viven religiosos en comunidad.
Una inscripción encontrada en el monasterio nos revela que Ermefredo, obispo de Lugo, restauró la abadía en el año 665, y estableció que los monjes allí asentados vivieran bajo la regla de San Fructuoso.
La invasión árabe trajo destrucción y desolación a estas tierras, provocando el abandono de los religiosos que habitaban los muros del cenobio.
No será hasta el año 760, cuando Fruela I, rey asturiano, se encargue de repoblarlo, desplazando para ello a monjes procedentes del monasterio agaliense de Toledo, con el abad Argerico a su cabeza.
El infante Alfonso, hijo de Fruela I y de Munia, es acogido en el Monasterio cuando su progenitor resulta asesinado en Cangas de Onís en el año 768 a manos de los suyos, pues éstos nunca le perdonaron que hubiese dado muerte con anterioridad a su hermano Vimarano.
El 11 de junio de 811, y habiéndose convertido este infante en el rey Alfonso II el Casto, ratifica las disposiciones que anteriormente había instaurado su padre, permitiendo que el monasterio siga disponiendo de las tierras y disfrutando de los beneficios que ya ostentaba.
Sigue el monasterio muy unido a la familia real asturiana, pues Ramiro I, sucesor de Alfonso II, vuelve a repoblar el lugar con monjes andaluces, que huían de las manos agarenas y Ordoño I, hijo de Ramiro, manda donar nuevos terrenos al abad Ofilón, hecho este que convierte la Abadía de Samos en una de las más importantes de la zona.
Vista parcial del monasterio de San Julián de Samos |
Y no será hasta el 1880 cuando los benedictinos vuelvan a ocupar sus celdas, dedicándose desde entonces a orar, laborar y cuidar de los peregrinos que, camino de Santiago, llaman a sus puertas para descansar o ser atendidos en sus necesidades materiales y espirituales.
Pero estos menesteres ya ocupaban a los monjes centurias atrás, cuando su refectorio ofrecía a los caminantes y por espacio de tres días, la misma ración de alimento que se asignaba corrientemente a los monjes. Si además esos romeros eran sacerdotes o personajes ilustres, disponían de cama dentro de los muros del claustro. Los menos afortunados se refugiaban en una vivienda dispuesta por los monjes en el pueblo de Samos.
Si por avatares del destino estos peregrinos fallecían en el camino a su paso por Lugo, Samos era el lugar designado para darles cristiano entierro.
Arquitectónicamente hablando, el monasterio de San Julián de Samos abarca diversas épocas, pues los dos incendios que ha soportado (1558 y 1951) y las distintas reformas a las que ha sido sometido, han dado como resultado construcciones románicas, góticas, renacentistas y barrocas.
En agosto de 1994, el contorno de la abadía-monasterio de benedictinos de Samos, incluida la Cella Visigótica del Salvador, es declarado Bien de Interés Cultural (BIC) por la Dirección General del Patrimonio Histórico y Documental del ministerio de Cultura.
Desde 2011 el monasterio de Samos cuenta con una galería que presenta al público el origen y la evolución de la abadía, mostrando obras que van desde los siglos III y IV antes de Cristo hasta nuestros días.
“Samanos”, así se llama el museo, consta de cinco estancias ubicadas en la planta baja del Claustro Mayor, utilizadas en su día como talleres de carpintería, forja y cerámica. Fue creado para exhibir gran parte del patrimonio del monasterio, y en él podemos apreciar esculturas, orfebrería, libros, pergaminos, tejidos, recetas de alquimia, manuscritos del Padre Feijóo... También se muestran restos de la antigua iglesia samonense, como un capitel de estilo románico o un sarcófago del templo.
Las obras acometidas para acondicionar las nuevas instalaciones, permitieron hallar restos murales, el viejo horno de pan, del siglo XVIII, y un empedrado, que estaban sepultados bajo los escombros del incendio de 1951. También quedaron al descubierto las antiguas puertas y el suelo de barro cocido.
Dentro de estos muros se puede hallar el contrapunto a nuestra ajetreada vida |
Muchos han sido los personajes de relevancia que durante siglos han estado relacionados con el municipio o con el monasterio, ya sea porque han trabajado en él, porque tienen que ver con su creación y auge o porque lo han visitado en alguna ocasión a lo largo de los tiempos.
Entre estos personajes destacan:
Rey Fruela I el Cruel: (722 – Cangas de Onís 768), Rey de Asturias del 757 al 768. Jugó un importante papel en la restauración del monasterio.
Rey Alfonso II, el Casto: (760 - 842), Rey de Asturias del 783 al 842, con algún intervalo. Pasó su infancia en el monasterio de Samos y en él se educó.
San Virila: (Tiermas, Zaragoza 870 - Monasterio de Leire ? 950), prelado español que alentó la Reconquista y expandió la orden benedictina en Galicia.
Alfonso I, el Batallador: (? 1073 – Poleñino, Huesca 1134), Rey de Navarra y Aragón del 1104 al 1134. Destacó en la lucha con los musulmanes estuvo casado con Doña Urraca.
Doña Urraca de Castilla: (León 1081 – Saldaña 1126), Reina de León y de Castilla del 1109 al 1126.
Padre Benito Jerónimo Feijóo y Montenegro: (Casdemino, Ourense 1676 - Oviedo, 1764), considerado el fundador del ensayo filosófico en lengua española gracias a su obra Teatro Crítico Universal. En el Monasterio el claustro mayor lleva su nombre y en su centro podemos ver una estatua que le representa.
Padre Martín Sarmiento, Pedro José García Balboa: (Villafranca del Bierzo?,León 1695- Madrid 1772), escritor y erudito benedictino perteneciente a la Ilustración.
Vicente María Julián Vázquez Quiroga Queipo de Llano: (Samos, Lugo 1804 - Madrid 1893), matemático, economista y político samoense.
Manuel Murguía: (Arteixo, A Coruña 1833 – A Coruña 1923) Historiador y escritor gallego. Considerado el impulsor más destacado del “Rexurdimento” gallego, fue el creador de la Real Academia Gallega.
Ramón Cabanillas Enríquez: (Cambados 1876 – Cambados 1959), fue un poeta en lengua gallega. Se le considera como el enlace de “Rexurdimento” y la modernidad literaria del siglo XX en la literatura gallega.
Gregorio Marañón: (Madrid 1887 - Madrid 1960), científico, médico, escritor, pensador e historiador.
Manuel Fraga Iribarne: (Vilalba, Lugo 1922 – Madrid 2012), político de larga trayectoria, fue embajador en Londres, Ministro de Información y Turismo, eurodiputado, presidente de la Xunta de Galicia entre otros cargos. Además fue oblato del Monasterio.
Fiz Vergara Vilariño: (Santalla de Lóuzara, Samos 1953 – Santalla de Lóuzara, Samos 1997), poeta samoense en lengua gallega. Se dice que fue uno de los mejores poetas de lo que dio en llamarse el de los “Novísimos”.
Otros personajes relevantes en su relación con el Monasterio y el municipio de Samos fueron: Fray Juan de Chacón, el padre Sarmiento de Sotomayor que fue abad de Samos y obispo de Mondoñedo, el padre Mauro Gómez Pereira que fue abad mitrado de Samos del 1895 al 1977, el padre Rosendo Salvado y el cardenal Quiroga Palacios.
Una vez hemos situado el Monasterio de San Julián de Samos en su entorno histórico, llega el momento de visitar sus dependencias, de descubrir los estilos arquitectónicos que lo conforman y que le han hecho tan singular, y para ello nada mejor que tomar una cámara y ponernos en manos de la guía del monasterio, que nos conducirá a través de sus estancias para ilustrarnos un poquito sobre esta magnífica abadía.
Fachada de la Iglesia Monacal |
A pocas iglesias que hayamos visitado, seguro que hemos contemplado algún que otro retablo barroco, rico en ornamento y trabajado con profusión de imágenes y figuras míticas. A nuestros ojos, la fachada que nos ocupa se asemeja a un retablo de los muchos que hemos contemplado, pues la carencia de un frontón o de un ático central y la falta de un tercer cuerpo de las torres que cierren el alzado, propician que su terminación resulte de una horizontalidad sorprendente, que aunque resta esbeltez al conjunto, no logra sustraerle majestuosidad y belleza.
Su diseño rectangular, compuesto por dos cuerpos y tres calles, se encuentra precedido de una señorial escalera, levantada en el siglo XVIII e inspirada en la del Obradoiro de Santiago de Compostela.
Para quien desconozca estos términos, apuntaremos que se conoce como “cuerpo” cada uno de los pisos o divisiones horizontales de una fachada o retablo, mientras que se denomina “calle” a las divisiones verticales, en ocasiones separadas unas de otras por particiones más estrechas conocidas como “entrecalles”.
Cuatro columnas dóricas sobre recios pedestales ennoblecen y custodian la puerta y la abarrocada hornacina superior, que alberga una imagen de San Benito, obra del escultor Ferreiro.
Las calles laterales se adelantan respecto a la central, para resaltar de este modo el primer cuerpo de sus torres. Gemelas ventanas rectangulares con tambanillo curvo y sendos ojos de buey se abren en el estrecho interpilastrado, cual si fueran figuras barrocas encastradas en este exclusivo “retablo”
Detalle del óculo de la fachada |
Con el fin de destacar de manera visible el segundo cuerpo de las torres, las dos calles laterales de esta planta retroceden, estando antecedidas por una balaustrada que se asienta sobre la cornisa que divide la fachada. En su interior se encuentra el campanario, de estructura cuadrada y abierto con un arco de medio punto en tres de sus frentes. Para cerrar la fachada se empleó un moldurado y rico entablamento o remate.
Jardín del Claustro |
Detalle de la escultura del Padre Feijóo |
A causa de los incendios que asolaron estas dependencias, las edificaciones que ahora contemplamos nos son las más antiguas. Este claustro, uno de los mayores de España con más de 54 metros de lado, se comenzó a levantar a finales del siglo XVII y debido a la situación de la antigua iglesia románica, no se concluyó hasta mediados del siglo XVIII.
Consta de tres plantas, y su sobria ornamentación arquitectónica, propia de la etapa purista, nos aboca a una imprecisa identidad artística, que duda entre el renacimiento y el barroco.
El primer piso nos muestra las galerías abiertas al patio central, con arcos de medio punto asentados sobre recias pilastras dóricas, unidas entre sí por un voluminoso pretil. Una imposta separa la primera planta de la segunda, conformada ésta por un lienzo liso en el que se abren ventanas de sencillo marco. La volada cornisa del tejado sirve de base a la tercera planta, que decora sus interpilastros con arcos carpaneles sostenidos por columnillas jónicas.
La bóveda de la planta baja luce un diseño de arista encalada y únicamente presenta piedra de cantería al apoyarse en el muro. Sus paredes están ornadas con varios recuerdos arqueológicos, entre los que destacan lápidas y escudos de piedra, como son una clave de arco con una cruz de tipo asturiano, un fragmento de un escudo de la abadía, dos escudos reales, la lápida sepulcral del Padre Alonso García de Losada, abad de Samos y posterior obispo auxiliar de Plasencia ……
Claustro gótico de las Nereidas |
Detalle de la fuente |
Portada románica |
En torno a este atrio giraba la vida del monasterio en tiempos pasados, y así lo demuestra el hecho de que se acceda desde aquí a tres importantes dependencias comunitarias como son las cocinas, el refectorio y la biblioteca.
Detalle del Claustro de las Nereidas |
La fecha de su comienzo, 1562 y la de su terminación, 1582, pueden verse inscritas en el tramo de bóveda situada ante la puerta del refectorio, junto a la clave con el busto de San Benito. El nombre del arquitecto aparece a continuación, Pedro Rodrigues, natural de Monforte. Hay que decir que estos datos se refieren únicamente a la planta baja del claustro.
Arco en el Claustro de las Nereidas |
Detalle de los arcos y contrafuertes |
Claustro de las Nereidas y escalera neogótica cerrada con cristalera |
Fue diseñada por Juan Monleón, monje de la comunidad benedictina, y comunica las dos plantas superiores. A los pies de la escalera podemos contemplar el busto del Padre Rosendo Salvado, obra de Francisco Asorey.
Una puerta con una breve inscripción latina nos señala la ubicación de la Biblioteca monacal, que por ser un recinto dedicado al estudio y la meditación, no admite visitantes en su interior.
A pesar de que dos nefastas circunstancias dejaron sus anaqueles desprovistos de obras, la desamortización de Mendizabal trajo como consecuencia el traslado de los libros a Lugo, y el devastador incendio de 1951 devoró gran parte de las obras que aún quedaban en el monasterio, el trabajo arduo y laborioso de los monjes ha dado sus frutos y en la actualidad la biblioteca de la abadía alberga una gran cantidad de obras, todas ellas de un alto valor cultural y entre las que se encuentran doce incunables y varios manuscritos de gran importancia para el monasterio.
Podemos citar, a modo de ejemplo, un pergamino del rey Fernando III, el Santo, del siglo XIII, y un privilegio rodado de Fernando IV el Emplazado, fechado en Cuellar en el año 1303. También se conservan algunos cantorales del siglo XVII, uno de ellos es obra del P. Antonio Sánchez, monje del monasterio. Entre las grandes colecciones hay que mencionar la Patrología Griega (168 volúmenes), y Latina (222 volúmenes) de Migne, Sacrorum Conciliorum nova et amplissima (54 volúmenes), y otras, con un amplio surtido de obras contemporáneas.
Como no podía ser de otra manera, pues los monasterios, en especial los benedictinos, son la cuna de la farmacia hospitalaria, esta abadía ha recuperado su Botica, que quedó desabastecida tras la desamortización.
Recreación de la antigua botica |
Los tarros son réplicas de los originales |
Para los especialistas, los conceptos manejados ahora en farmacia ya estaban incluidos en las boticas monacales, y el uso de drogas tales como el alcanfor, el almizcle, el benjuí, la canela, el cálamo, el opio, el ruibarbo, los aceites de sándalo, el aloe, el clavo aromático, la galanga, el jengibre, la nuez moscada, la serpentaria y el tabaco ya se cultivaban cerca de la Capilla del Ciprés, en el jardín botánico, y con ellas se componían y preparaban las fórmulas de las medicinas que los monjes dispensaban en su hospital.
Escaleras de acceso a los distintos niveles del Claustro |
Estos virtuosos del pincel pondrán su saber al servicio del monasterio utilizando técnicas tan dispares como el temple al huevo, el óleo, la pintura acrílica y el fresco.
Murales realizados por Celia Cortés |
La perspectiva del monje varía según donde uno se encuentre |
El vivo colorido y la acentuada naturalidad de los murales siguientes, expuestos en los laterales Sur y Oeste corresponden al trabajo del madrileño Enrique Navarro que entre 1963 y 1965 repartía su tiempo entre el cine y la pintura.
El parecido de San Benito con Chartlon Heston es asombroso |
¿Podría ser el rostro de Sara Montiel? |
Claro homenaje a Antonio Machín |
Personajes reales asoman a estas vívidas pinturas |
Si perseguimos la contemplación de las pinturas del claustro veremos: Curación de un endemoniado; San Benito escribiendo su regla; Curación de un leproso.
Otra nueva pintura, La apoteosis de la Regla benedictina, con el santo entregando la Regla, nos sorprende con los retratos de conocidos personajes. Entre ellos veremos al difunto abad del monasterio P. Mauro Gómez Pereira, que con su tesón hizo posible la restauración del mismo tras el incendio de 1951; a D. Antonio Ona de Echave, anterior obispo de Lugo y al monje D .Juan Monleón, arquitecto restaurador de la abadía.
Otra nueva pintura, La apoteosis de la Regla benedictina, con el santo entregando la Regla, nos sorprende con los retratos de conocidos personajes. Entre ellos veremos al difunto abad del monasterio P. Mauro Gómez Pereira, que con su tesón hizo posible la restauración del mismo tras el incendio de 1951; a D. Antonio Ona de Echave, anterior obispo de Lugo y al monje D .Juan Monleón, arquitecto restaurador de la abadía.
Por último, dos representaciones más evocan la muerte del santo entre las manos de sus discípulos. La de menores proporciones, es un delicado fresco del catalán Juan Parés.
La obra de José Luis Rodríguez, expuesta en el lateral Este del claustro, se caracteriza por la fuerza expresiva y escultórica de sus figuras, conseguidas con la técnica de emulsión de tierra y yema de huevo aplicados con espátula. Su temática se centra en el nacimiento de San Benito y sus primeros pasos en la vida monástica y las pinturas se realizaron entre 1957 y 1960.
Una vez abandonamos el Claustro, accedemos al Signo, que recibe su nombre de la seña que da el abad en este lugar para entrar comunitariamente en la iglesia.
Es un recinto de cuatro tramos de bóveda estrellada de estilo gótico, similar a la del claustro de las Nereidas. Unas pinturas al fresco de Juan Parés decoran sus muros con escenas de la vida de Jesús.
Detalle de la fuente barroca |
Desde el Signo se accede a la Sacristía, levantada durante el último cuarto del siglo XVIII, con un diseño de planta octogonal. Se presenta cubierta por una cúpula semiesférica con airoso cupulino, y adopta la forma de cimborrio octogonal en su exterior. La bóveda gallonada con casetones descansa sobre un tambor. Sostienen la cúpula, mediante un entablamento, arcos de medio punto volteados sobre recios pilares. Las pechinas están decoradas con unos triángulos curvos de madera con figuras en alto relieve, que representan a Jesucristo y las virtudes teologales y cardinales.
Ocupa el centro de la misma una hermosa mesa policromada del siglo XVIII, de diseño octogonal en consonancia con el plano de la sacristía y decididamente barroca.
Accedemos nuevamente al Signo para entrar en el Templo del monasterio, levantado en el siglo XVIII y obra de Juan Vázquez, monje samonense. Por su datación, se puede considerar de estilo barroco, aunque le caracteriza una clásica sobriedad. Llama la atención por su luminosidad y grandeza, austeridad de líneas y proporcionadas dimensiones.
La nave principal y el crucero, en cuyo centro se yergue la cúpula, forman externamente una cruz latina erigida sobre el vasto rectángulo de ocho vertientes en su exterior, luciendo en lo alto un remate macizo en forma de linterna.
Consta de tres naves. La central es de mayor altura y anchura que las dos laterales. El alzado del templo se ordena, en su nave principal, mediante pilastras dóricas de festón vertical, que comprenden en su interpilastrado inferior arcos de medio punto sobre impostas. En la parte superior, se abren unas tribunas con arco de medio punto y barandilla de hierro forjado.
Por último, enlaza las pilastras un sólido entablamento, sobre el que voltea una bóveda de cañón casetonada. Cada tramo abovedado ilumina con dos lunetos la nave principal. En el crucero, una cúpula gallonada con casetones en el intradós y con anillo muy adornado descansa sobre un tambor.
Las pechinas están adornadas con los cuatro altos relieves de los santos doctores marianos benedictinos: Anselmo, Bernardo, Ildefonso y Ruperto. Completan la iluminación de la parte central de la iglesia tres grandes óculos, en la fachada y en ambos testeros del crucero.
Las naves laterales, separadas de la central por gruesos pilares, se abren a ella a través de amplias arcadas. Son de bóveda de arista y comprenden tramos hasta el crucero.
Dignos de consideración son los retablos y sus esculturas, entre los que destacan las obras de Francisco de Moure (1577-1636) y de José Ferreiro (1738-1830). Mención expresa merecen tres esculturas del primero: la Inmaculada, San Juan Bautista y la Virgen Dolorosa. Del segundo es el retablo mayor, excelente obra neoclásica, con la escultura de San Julián en el arco central.
Una vez abandonamos la Iglesia, finaliza nuestra visita al Monasterio de Samos, que nos ha dejado un profundo poso de paz y armonía en nuestro interior, muy conveniente para continuar nuestro viaje hacia Santiago de Compostela.
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